Estábamos en Yangon y veíamos que con el Water Festival el país se iba a paralizar una semana entera, así que nos pusimos las pilas y nos buscamos un bus para ir a Mandalay. Aquí el año nuevo tradicionalmente lo celebraban saliendo a la calle con un cuenquito de agua y una hoja de palmera y se echaban gotitas de agua para celebrar el nuevo año. La cosa ha ido desvariando hasta que se ha convertido en el Water Festival, donde todo el mundo se pone a la puerta de sus casas con sus pistolas de agua o directamente con la manguera, y le enchufan a todo el que pase. En Mandalay parecía que la cosa era exagerada, así que no nos lo quisimos perder. Por cierto, se celebraba el año 2.554.

Total, que en Yangon nos llevó el taxi a lo que se supone que era la estación de autobuses, que no era más que una calle repleta de puestos de comida y autobuses en doble y tercera fila en los dos sentidos. Llegamos con casi dos horas de antelación muy seguros de que íbamos a coger nuestro autobús, pero no, la cosa no es tan fácil, no basta con tener un billete de bus y estar en la estación dos horas antes. Allí poca gente habla inglés y nadie sabía decirnos cuál de los 30 autobuses que colapsaban la calle era el nuestro y, para colmo, la única forma de identificar nuestro bus era con su número de serie que por supuesto estaba escrito en birmano. Los únicos números que nos sabemos aquí son el 1 (por los billetes de 1.000 kyats) y el dos (que es como una “j”, y nos acordábamos por el reloj del restaurante donde solemos cenar. Asi que nada, calle pa´rriba calle pa´bajo buscando un bus con una especie de j, que por supuesto no encontramos. Ya desesperados pensando que nos teníamos que volver al hotel y que nos íbamos a quedar incomunicados 5 días más en Yangon, le preguntamos como último recurso a un chico que parecía que organizaba los asientos en los buses, y después de dejarnos tirados media hora, volvió y nos dijo que nos subiéramos en el cutre-bus en unos asientos que no eran los nuestros, y sin el aire acondicionado que nos habían prometido en la agencia. Nos acordamos de toda su familia pensando que el tío se había equivocado, pero luego nos dimos cuenta de que en realidad el pobre hombre nos hizo un favor porque nuestro súper bus se había ido ya y nos buscó un hueco donde buenamente pudo.

Es uno de los peores viajes que hemos hecho jamás, aunque decimos eso cada vez que viajamos en Myanmar. Para caber en el asiento había que ir totalmente recto con la espalda pegada al respaldo, y hacía un calor del infierno, por no mencionar el karaoke que se plantaron a toda pastilla hasta las tantas de la noche y el millón de veces que el conductor tocó el claxon. Aquí lo de los carriles da un poco igual, pueden ir los coches y los carros de caballos en paralelo que da lo mismo, las carreteras están asfaltadas a tramos y los arcenes son terraplenes de arena, y cada vez que se quiere adelantar a alguien se toca el claxon para que se quite, sin dejar de pisar el acelerador. Hicimos paradita a la una de la mañana en un merendero para cenar y yo me comía las uñas, así que Jaime se pidió una cerveza y yo me lancé a probar el pollo al curry con arroz, que me habían prometido que no picaba. Esta es la prueba de que sí, picaba que se me saltaban las lágrimas, pero del hambre que tenía me lo comí.

El bus paró unas cuatro veces para arreglar algo que se había estropeado y que preferimos no preguntar qué era, pero lo mejor vino a media mañana con todo el calor pegando por las ventanas y con 12 horitas de viaje a nuestras espaldas. Acabábamos de parar en un pueblo y ya estábamos saliendo por la calle principal, rodeados de gente tirándonos agua por las ventanas y motos a toda pastilla pasándonos por los lados, hasta que de repente nuestro bus se puso a pitar como un loco y notamos perfectamente cómo habíamos pasado por encima de una moto, el conductor dio un volantazo y el bus se salió de la carretera y se empezó a meter entre los árboles de al lado de la carretera, y todos gritando, como de película. Al final no resultó nada grave, volvimos al arcén y paramos para ver que el motorista estaba bien aunque el pobre se había quedado sin moto. Nos empezamos a bajar del bus porque hacía un calor horrible, y de repente todos se pusieron a medio gritar en birmano y a subir como locos al bus, y Jaime va y me dice: Paula, creo que nos estamos dando a la fuga. Pues nada, como para protestar, subimos corriendo al bus con la gente que nos medio empujaba y nos pusimos en marcha, pero como toda la gente del pueblo nos echaba miradas de odio creo que le entraron remordimientos al conductor y volvimos a parar para arreglar los papeles.

Pues con esas llegamos por fin sanos y salvos a Mandalay, y besamos el suelo al llegar. Descansamos el resto del día y hablamos con un chico de allí para organizarnos una excursión al día siguiente para visitar la zona. Ha sido una de las mejores excursiones que hemos hecho, ya no solo por los paisajes que fueron impresionantes, sino por lo simpática que es la gente allí y lo bien que nos trataron. Íbamos en la parte de atrás de un coche que iba abierta, y por todas las calles que pasamos de camino a los pueblos que íbamos a visitar estaba todo el mundo con cubos de agua, o sino con pistolas de agua y el más profesional ya iba con manguera, enchufando agua a diestro y siniestro y cuando terminaban de empaparnos nos echaban una sonrisa de oreja a oreja y nos saludaban como locos. Nos lo pasamos genial, y nos saludaba todo el mundo, Jaime dice que tengo ya el síndrome de la princesa Letizia.

El primer sitio que visitamos fue Sagaing Hill, que es una colina con más de 500 estupas y monasterios, y donde los monjes budistas del país se retiran a meditar. Para llegar a lo alto de la colina hay que subir por una escalinata de piedra rodeada de árboles que en esa época están floreciendo, y justo a la entrada nos encontramos con unos monjes que estaban súper equipados con garrafas de agua. Nos pusieron tibios pero nos regalaron uno de los mejores momentos del día, porque la cara de felicidad que tenían al empaparnos no tenía precio; eso sí, les hicimos frente con nuestras dos míseras botellitas de agua. Nos fuimos encontrando con más ataques acuáticos por el camino hasta que por fin llegamos a la cumbre donde está la pagoda principal, que es enorme y tienen unas vistas impresionantes del río y de las estupas doradas que salpican la colina.

Allí repusimos nuestras botellitas en una fuente y las guardamos pacientemente hasta volver a llegar al puesto de los monjes, que les intentamos dar la revancha pero nos ganaban en número y en cubos de agua. Totalmente encharcados, como si nos hubiéramos metido en la ducha con la ropa puesta, nos fuimos hasta Inwa, que es un pueblecito muy pequeño al que se llega cruzando el río. Allí nos alquilamos un coche de caballos y nos dieron un tour por los alrededores, con un paisaje repleto de palmeras y con un montón de pagodas abandonadas. Uno de los sitios más bonitos fue el monasterio Bagaya Kyaung, que es un monasterio de teca que se sostiene por más de 200 postes gigantes, y que parece que está escondido en mitad de la selva.

Para terminar, nuestro conductor nos llevó al Ok Kyaung, otro monasterio de ladrillo con los suelos de estuco, que es inmenso. ¿Se me ve?



Nos cogimos otra vez el bote para reencontrarnos con nuestro guía, que nos llevó a Amarapura para terminar el día. Nos pusimos las botas en el bar del pueblo y nos recorrimos el U Bein´s Bridge, que es el puente de teca más grande del mundo. Mide más de 1 km, y los 20 minutos que tardamos en recorrerlo saludamos a más gente que en toda nuestra vida.

Todo el mundo estaba de fiesta allí, y el puente estaba plagado, pues cada persona que se cruzaba con nosotros nos decía hello con una sonrisa que les llenaba toda la cara. Yo, entre el agua y tanto saludar acabé medio afónica, pero este día ha sido uno de los mejores de todo el viaje.

La gente de este país no tiene muchos recursos y son los que más sonríen con diferencia, y aunque nos ha parecido que no están muy acostumbrados al turista nos hemos sentido muy acogidos. Eso sí, el hecho de que no haya muchos turistas en la ciudad les vuelve bastante curiosos, y aquí lo de mirar fijamente a alguien no es de mala educación, así que ya nos ha pasado que nos hemos pasado más de una cena con un tío totalmente dado la vuelta (cuando se supone que nos debería estar dando la espalda) mirándonos sin parar la hora entera que nos pasamos en el bar, y llamando a todos sus amigos para que vinieran a vernos.

Bueno, pues espero no haberos aburrido con este rollo que me he soltado aquí, pero es que me pongo a hablar de Myanmar y no paro, me ha encantado el país y sobre todo lo cercana que ha sido la gente, que en otros países no hemos tenido la oportunidad de mezclarnos tanto.

Un besote para todos!!!!!!!!!

Publicado por Jaime y Pau viernes, 30 de abril de 2010

3 comentarios

  1. jajaajajajajaja, paula ya tiene nuevos amigos eeh jajaj

     
  2. porcierto, mama ha hecho canelones para el dia de la madre, mueerete de envidia ;)

     
  3. Qué asqueroso!!!! ¿Y no has pensado solidarizarte con tu hermana y tu cuñao y pasar de los canelones??? Es más, ¿por qué no mañana te comes un pescao, guapito???? Nosotros mañana vamos a ir al McDonalds a ahogar nuestras penas.
    Un beso petardez
    Paula

     

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